Parodiándonos

TRISTRAM SHANDY: A COCK & BULL STORY / Dir. Michael Winterbottom (2005) Reino Unido


Le decía a El Chato Heston que tengo demasiado material para escribir y poco tiempo para dedicarle. Es que a ritmo de dos películas por semana (en sala, no cuento alquileres de DVDs), más es lo que veo que de lo que me toca opinar. Así, pasé toda una semana con la mente puesta en que mi siguiente post sería de la última gracia-experimento de Lars Von Trier, que sí se da tiempo para otras cosas mientras le da largadas a la trilogía. Y recursos había, siendo esta una comedia que por momentos se burla de su propia doctrina Dogma, además de aquel novedoso sistema de Automavision, en que una computadora es la que determina los encuadres.

Pero claro, además pensaba que cuando empezamos esto del blog, hace casi ya 2 años, se soponía que primaría el tema musical. Y con otro post cinemero ya la cosa se está decantando mucho hacia donde tal vez no debiera. Entonces me dije que mejor preparo el post sobre el último (o más bien próximo) disco de Wilco o, en su defecto, el de Shannon Wright.

Por otro lado, lo normal, en mi caso, es dejar la película reposar, darle vueltas, días, para hacerme una idea más clara y luego escribir. Como cuando iba al cine con mi amiga Verónica, que ahora vive en Bombay y se dedica a las danzas orientales para ganarse la vida. Teníamos una especie de acuerdo tácito y nunca hablábamos de lo que acabábamos de ver sino hasta unas horas después de la digestión.

Pero hoy toca hacer la excepción, ir a la contra y escribir en caliente de este número que acabo de ver hace una horas, de otro prolífico director, como es Winterbottom. Que no solo te hace una película por año, si no que además se da el lujo de cambiar de género y temática. Así (partiendo desde la que me lo hizo conocido) 24 Hour Party People (2002) va de la movida musical del Manchester de inicios de los 80 (Con Joy Division y Happy Mondays como estandartes), Code 46 (2003) es un thriller futurista, 9 songs (2004) es casi una película porno y Road to Guantánamo (2006) un documental de compromiso social. Y ahora estamos ante un film de época? Si y no. Al director se le ocurrió adaptar un libro inadaptable (según los entendidos): The life and opinions of Tristram Shandy, Gentleman, un armatoste de 9 volúmenes escritos por el pastor Laurence Sterne en el siglo XVIII. Pero tal incursión decide tener la misma libertad que (nuevamente, según los entendidos) tiene el libro, ofreciendo varias lecturas, en medio de la puesta en escena, el making of y un petulante, egocéntrico e irrepetible Steve Coogan interpretándose a sí mismo, poniendo no sólo el paralelo al inolvidable Tony Wilson de 24 Hour Party People, sino también al papel que tuvo en el mejor sketch de Coffee & Cigarettes (Jim Jarmusch, 2004). En él, también en su versión del personaje Tristram y de su progenitor, se centra esta narración dislocada, que toca techo en los momentos de argumentación con su némesis, un hilarante Rob Brydon. Por no mencionar la guinda con la corta aparición de Gillian Anderson, la recordada agente Scully de los X Files, que alguno de esos fans frikies de la serie se dio el trabajo de colgar en el youtube. Que para todo hay.

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Cuidado con el monstruo

THE HOST / Dir. Joon-Hoo Bong (2006) Corea del Sur

Tendría unos 8 añitos cuando mi padre nos llevó a mi y a mi primo a ver Tiburón 2 (1978), la secuela, no tan buena dicen, de aquella película del ahora todopoderoso Spielberg, que marcara un antes y un después en el cine fantástico y/o de horror. Aquella vez las imágenes fueron tan chocantes para nuestra escasa edad que mi primo y yo salimos llorando de la sala. Aún tengo en la mente la toma del tipo aquel colgado de un helicóptero y el tiburón dando el salto para moderle y extraerle la mitad del cuerpo. No culpo a mi padre, fuimos nosotros quienes insistimos pesadamente en verla.

La película coreana que esta vez nos ocupa no solo ha sido comparada con la primera Tiburón, sino también con la primera Alien, el octavo pasajero, lo cual ya es hablar de palabras mayores. Pero no han sido esas similitudes las que me empujaron a verla. Mi primera impresión fue la misma que muchos de ustedes al ver la promoción y el trailer, la sensación de estar ante una de esas tantas películas de horror al uso, en la gama de las japonesas tipo The Ring y los remakes hollywoodenses de las mismas, que ahora abundan y abarrotan las taquillas. Fue el ver la letra pequeña de la autoría de la misma la que me convenció. El tener a Joon-Hoo Bong al frente es definitivamente una garantía, sobre todo después de la estupenda Memories of Murder (2005). Tal vez lo más rescatable de la labor de este director coreano es que dota al film de género de elementos únicos de lo que tiene a su alrededor, sacándose de encima el encasillamiento que tal incursión podría conllevar. Tal es así que su anterior película se enmarca claramente en un thriller, pero se nutre de la dura realidad de la Corea rural, así como de la prepotencia policial, que linda con lo ridículo, en la persecución de un asesino en serie.

Aquí la historia va por el estilo. El problema no es tanto el voraz monstruo, producto de la negligencia científica, sino el virus que el bicho parece traer dentro ¿Y quién aparece para salvar a los pobres coreanos de tal fatalidad? Pues nada menos que los Estados Unidos de Norteamérica, los autoproclamados salvadores de la humanidad y, Oh coincidencias! Los mismos responsables de los desechos radiactivos creadores del infortunio ¿Algún paralelismo aquí? En el medio del meollo está la impetuosa familia Park, con el inigualable Kang-Ho Song al frente, quien repite protagonismo y otorga a su personaje, dentro de toda su torpeza, una cuota de humor impagable, humor negro que brota por todos los rincones del largometraje. Ya lo dice el propio Joon-Ho, que es como cuando vio por la tele el desplome de una cadena de grandes almacenes en Seúl y, al poco tiempo, las oleadas de gente que se aprovechó de las circunstancias para meterse a saquear todo lo que pudo. Lo cómico dentro de la tragedia. Una obra de teatro de lo absurdo. Mejor no puede estar dicho.

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Mujeres desesperadas

LITTLE CHILDREN / Dir. Todd Field (2006) EE.UU.

No. Felizmente no tiene nada que ver con el penúltimo culebrón de inexplicable éxito, el mismo que quieren promocionar como el nuevo "Sex & the City" y no es mas que un "Melrose" de señoras bien. Si hasta Marcia Cross repite plato. Para nada. Quien ya nos entusiasmara con su debut en la trágica In the bedroom (2001) vuelve en gran forma, adaptando una novela de Tom Perrotta del mismo nombre.

Las miserias y coincidencias de dos parejas parece ser el centro del argumento, que transcurre en algún pueblo modelo del sueño americano, donde no pasa nada entre sus casas de grandes jardines. Los ejes son Sarah (Kate Winslet) y Brad (Patrick Wilson) y nos vamos enterando de cómo ven ellos todo lo que ocurre a su alrededor, lo que los llevó hasta allí y lo que los termina atrayendo, claro. Sarah, con su desordenada vida y el marido ausente y Brad, con la mujer perfecta al lado (o no lo es Jennifer Connelly?) pero con la carga de ser incomprendido y sentirse un inútil. Pero al margen de la fuerza de la historia principal, es en sus vertientes donda la película agarra vuelo. Desde las tres mujeres que parece que nunca dejaron el colegio, hasta las señoras mayores que se reúnen a debatir literatura inglesa. Desde los policías que entrenan football americano por las noches, hasta los skaters que... bueno, hacen lo que hacen. Así y todo las palmas se las llevan Larry (Noah Emmerich) y Ronnie (Jackie Earle Harley) los dos outsiders enfrentados, el expolicía y el exhibicionista, dándole el tinte de malicia a la historia, que no duda en poner al género masculino al mismo nivel que los críos que campean a sus anchas en la villa matriarcal.

Otro gol es el fondo. Hablando de la brillante narración en off de Will Lyman, injustamente obviado en los créditos, que entre otras cosas nos dejarán para el recuerdo la comparación en fondo blanco del dúo Connelly-Winslet (ya sabemos quien gana). Pero hablando también de cosas tan inocuas como el ruido de la lavadora o del repiqueteo de los cincuenta y siete relojes cucú de la abnegada señora McGorvey. Para alterar a cualquiera. El autogol fue no haberla visto con mi mujer.

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El maestro y sus caprichos

INLAND EMPIRE / Dir. David Lynch (2006) USA, Polonia, Francia

"¿Cómo?¿No saben quién es David Lynch?" La Burela paraba la marcha, se ponía los anteojos al borde de la nariz y miraba al entero de la clase con estupor. "¿Corazón Salvaje (Wild at heart, 1990)? ¿Terciopelo Azul (Blue Velvet, 1986)? ¿¿¿No han visto Terciopelo Azul???" Corría la segunda mitad de 1992, yo andaba en el primer semestre de la carrera con mis escasos 19 y a este cursito de Teoría de la Percepción le estaba agarrando tirria.

De todas formas, Lynch me sonaba de algún sitio, pero no fue si no hasta varios años más adelante, cuando mi afición por el cine aumentó considerablemente, en que al fin pude ver una de las películas emblema de la década de los 80 (Blue Velvet), por cable, claro. Un tiempo después me tocó Wild at heart, con un Nicholas Cage chibolo y desafiante ante el inescropuloso Bobby Peru ("Like the country", Willem Defoe, cuando no). Y hasta ahí no más, ya que The Straight Story (1999) es tal vez la única que se salva de la temática escabrosa y estéticamente incorrecta del de Philadelphia. Pero luego vino Mulholland Drive y poco me tuvo preparado para la historia de un amor no correspondido, que fluctúa entre el sueño idílico y la dura realidad, con saltos entre escenas, códigos ocultos y apariciones y desapariciones de personajes sin motivo aparente. El rompecabezas que me dejó en la cabeza no se me terminó de armar hasta que el cinéfilo de mi ex-jefe me lo puso claro. Lo que no significa que mis momentos de incertidumbre respecto a lo que había visto los haya disfrutado igual.

Así y todo, Inland Empire se prestaba como un eslabón más en el universo retorcido Lynch. Y qué retorcido ha terminado siendo. Con una estructura similar a la de su predecesora, aquí el personaje principal recae en Laura Dern (la diva de antaño del director), que da vida a Nikki Grace, otra vez una actriz incipiente, que a su vez interpreta a Susan Blue, en una película de procedencia maldita. Pero esto también se podría ver al revés, ya que los papeles no quedan del todo claros a lo largo de las 3 horas de metraje (y pensar que era aún más largo!). Tanto así que ni la misma Dern (que además produce) no le quedó del todo claro de qué iba la historia una vez que la filmación terminó. Una familia de conejos de peluche en una sitcom, prostitutas y cafichos polacos, las mujeres despechadas de la coestrella de la película (Justin Theroux) al son de Locomotion, se suceden alternadamente sin aparente hilación. Ya lo dice Lynch que filma las escenas conforme se le van ocurriendo, sin que exista relación entre ellas.

De todas formas, se aplaude el salto al digital, que queda claro desde los zooms de la primera escena. No recuerdo haber visto a Grace Zabriskie tan escalofriante. Y el rescate de Julia Ormond (¿Alguien se acordaba aún de ella?) o la aparición esporádica de William H. Macy. Pero tampoco mucho más. Siguiendo sus indicaciones trato de dejarme llevar por mi intuición y la pregunta es siempre la misma ¿Qué cuernos hace el tipo ese serruchando un tronco?

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Navajas virtuales

THE KNIFE - "Silent Shout" (2006)/ Mute

Entre la opresiva soledad de un castillo medieval de Estocolmo, el obligado abandono de una factoría y los circuitos integrados de una laptop, se llevó a cabo la grabación del álbum, aunque la escenografía intimide la noche. Con los pulmones impregnados de dióxido de carbono y, literalmente, polvo de ladrillo con siglos a cuestas, la electrónica bastarda de los hermanos Olof y Karin Dreijer rescata en banda ancha desde el tardío y mas asquerosamente comercial euro-dance, ritmos y sintetizadores eufóricos que son estruendos incesantes en cerebros intoxicados. Criaturas deformes que se esconden en el día entre bosques cubiertos de nieve, en la noche bajo las luces dicroicas que avivan la lujuria de una disco.
Parecieran surgir como mostruos de las paredes, como cientos de sombras negras enanas que desaparecerán cuando quites la vista del monitor. La voz de Karin varía con el uso de herramientas cuya suerte solía estar exclusivamente dedicada a las guitarras y teclados. Acompaña este revestimiento una especie de trasmutación que no había oído antes, un exorcismo la hace delirar y empezar a reclamar que quiere recuperar el control de su cuerpo, que sueña con que se le caen los dientes, que baila y canta por dinero que le quema las manos, que cada mes cuida de su período y lo colecciona en tampones azules, que hay un comunista en su familia y que la obligan a usar una máscara; he sentido algo muy cercano al miedo, pero algo mas al encanto.
Sus letras envuelven tus pensamientos como gotas de sangre infectada resbalando en concreto, sus ritmos electrónicos sacuden el óxido de los clavos al contacto del martillo. Todas ellas hurgan memorias que prefiero callar (sobreviví al Deep Cuts, álbum anterior, pero Heartbeats dejó cicatrices que aun no cierran: yo también conocí la mano del diablo, también mostré dientes de lobo a alguna inocente que me amó. Deberé recordarla de nuevo?).
Se ha hecho demasiado tarde para el ruido ambiental externo; solo el zumbido del fluorescente llena los intervalos del disco, para ser atacado de nuevo por ese arsenal digital. Karin, entre cacofonías y armonías propias de una adolescente en ácidos, advierte "I've got mace, pepper-spray / And some shoes that runs faster than a rapist rapes/ What I need is chemical castrations, hope and godspeed".
He abierto la boca y creí expulsar el horror. Aún tengo los caracteres binarios de esta página como registro de mis temores. Pero de aquello que quiso ser grito, solo quedó el silencio.

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THE KNIFE - WE SHARE OUR MOTHER'S HEALTH