Mala baba

MICHEL HOUELLEBECQ. Retrospectiva

He tenido que cambiar de rumbo. Hasta ahora mi escaso tiempo dedicado a la lectura lo dirigía todo hacia autores hispanoamericanos. Hace poco Fuguet, en otro momento Marías, más atrás Cortázar y en un inicio el ahora venido a menos (¡Y de qué forma!) Bryce.

Me he tenido que reponer al disgusto de leer una traducción en español castizo. Ese repleto de hostias, joder, gilipollas, me cago en la leche y demás gracias peninsulares. Lo cual me pone al frente la meta de en un futuro aprender algo de francés.

Y la paradoja reside en que he dado con este señor a través de una película alemana que aún no he visto. Fue mediante una nota que escribió alguien al respecto que salió el nombre de Houellebecq, como la de un autor provocador y sin pelos en la lengua.

Me animé a empezar por la novela que originó el largo y, a la vez, la más conocida, Las Partículas Elementales (1998), y quedé prendido del relato. Dos hermanastros, unidos sanguíneamente por su desapegada madre, siguen sus vidas en paralelo y de maneras muy distintas. Uno brillante pero lindando con lo maquinal, casi incapaz de sentir o desear. El otro acomplejado y obsesionado con el sexo, que no me dejó quitarme de la mente la imagen del personaje interpretado por Philip Seymour Hoffman en Happiness (1998), cumbre de uno de mis directores fetiche, Todd Solondz. Las historias de ambos van de la mano con las explicaciones científicas del primero, a la vez que los odios que el segundo profesa a las comunidades hippies de los 60 y 70.

Así que lo siguiente fue empezar a devorar el resto de su obra, pasando por caja Plataforma (2001), en donde la historia de un perdedor funcionario estatal sirve de excusa para describir las estrategias de los operadores de turismo, con precisas acotaciones en relación a estudios de los comportamientos del ser humano en un grupo. Y como extensión a ésta, el paso previo que es la novela corta Lanzarote (2000), cambiando la Tailandia de la primera por la (según lo explicado) poca agraciada isla balear, con base similar pero historia diferente, y en donde no duda en clasificar a los turistas europeos en grupos claramente identificables: los alemanes viajan a cualquier sitio donde haya sol, los italianos a cualquiera donde haya bonitos traseros, los ingleses van al mismo sitio al que fueron el año anterior, a la búsqueda de más ingleses en las mismas que ellos, que serían las antípodas del turista francés, que no soporta la presencia de compatriotas en sus viajes de vacaciones.

Algo parecido ocurre con Ampliación del campo de batalla, en donde las gracias de un informático poco amistoso por algún momento suponen el ejercicio de lo que su novela más aclamada traería después.

Políticamente incorrecto, deja clara su poca simpatía al movimiento hippie, así como hacia el Islam, o al psicoanálisis, además de una negra visión del europeo contemporáneo, expresada a través de sus personajes borderline, a los que pocas veces les depara gratos destinos. Tampoco evita los detalles en los (abundantes) encuentros sexuales o en los hechos de violencia, que salpican al lector sin reparos.

En realidad aún me quedaría la más reciente La Posibilidad de una Isla, que El Chato Heston no duda en alabar, como para hablar de una retrospectiva propiamente dicha. Asunto pendiente. Al menos esperemos que en un futuro este gran escritor no se distraiga mucho con poco agraciados intentos musicales como este: