Habrás descubierto, si alguna vez el insomnio te hizo presa, que la madrugada es hora implacable; a bajo volúmen, todo ruido es ausente, cada detalle se amplifica a mil. Respiras, alejas el sueño y tu cerebro confunde tareas del día con recuerdos de infancia y voces de conciencia. No es de noche, no es de día: en la hora azul, las indecisiones de tu vida caen de asalto.

Bon Iver, si no lo sabes, es Justin Vernon, voz y guitarra acústica. Se enclaustra por cuatro meses en una cabaña en Eau Claire, Wisconsin, un frío de mierda. Construye un estado de insomnio permanente y puebla sus canciones de cuervos, lobos, invierno y fantasmas del pasado; de ahí el título del disco. De ahí tambien, las letras parecieran frases sin orden aparente, tal vez sin otro propósito que el de identificar cualquier grieta emocional que puedas tener. Entonces los coros a tres o cuatro voces con falsettos -que son lo único que recuerdan a TV On The Radio- se alejan del cantautor con guitarra a lo Jose Gonzalez, en la medida en que las distintas capas de voz lo acercan mas un grupo coral. Todo esto sin perder el aura de aislamiento literal en el que se produjo el disco.

Despojarte de una parte de ti mismo -que es otra forma de terminar una relación- puede volverte loco, puede internarte en depresión, puede hacerte componer, como Beck, el mejor disco de tu carrera -a mi gusto, claro. En el enclaustramiento Justin Vernon intercala la grabación del álbum con tareas como armar fuego, aprender a convivir con criaturas salvajes, sobrevivir. Pon tú la excusa, una buena forma de saldar cuentas es el exilio; otra, el insomnio.

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Bon Iver - The Wolves (Act I And II)